Cambio climático: el riesgo económico que expone nuestro punto ciego

Cambio climático: el riesgo económico que expone nuestro punto ciego

El cambio climático no es solo un reto ambiental, sino también un creciente riesgo económico. Uno de los principales puntos ciegos que agrava su efecto es la planificación.

Sus consecuencias no son futuras ni abstractas; ya están trastocando la manera en que vivimos, producimos y planificamos. Las olas de calor no solo alteran el clima: desbaratan proyecciones,  alteran presupuestos y desestabilizan los modelos de desarrollo. Basta con observar lo que ocurre en Lima: en abril, las temperaturas han superado el promedio registrado durante los últimos 30 años, alcanzando hasta 26.3°C, frente a los valores habituales de 25°C durante el día y 17°C por la noche, según datos de Weather2Travel. Este fenómeno no es aislado, es más bien parte de una tendencia global que desafía los esquemas tradicionales de planificación y exige respuestas adaptativas con un enfoque local.

En este contexto, urge reflexionar sobre nuestra relación con el territorio y, sobre todo, la forma en que planificamos nuestro futuro. La planificación no puede seguir siendo un ejercicio técnico desconectado de las realidades climáticas, sociales y económicas. Necesitamos integrar valor ambiental, viabilidad económica y justicia social en una visión articulada. Aquí es donde los Planes de Desarrollo Concertado (PDC) pueden marcar la diferencia.

PDC: la bisagra entre crecimiento inclusivo y adaptación territorial

Los PDC, desde una lógica de gobernanza sostenible, ofrecen una herramienta estratégica para enfrentar el desafío del cambio climático con inteligencia territorial. Son más que documentos: son procesos vivos, construidos de forma participativa, que permiten a cada distrito —especialmente los rurales— definir su visión de desarrollo y priorizar acciones acordes a sus particularidades.

Un PDC bien diseñado parte del diálogo y la concertación. Convoca a autoridades de todos los niveles, sociedad civil, sector privado, cooperantes internacionales y ciudadanía. Este enfoque multisectorial fortalece la legitimidad de las decisiones y genera un sentido de apropiación clave para su implementación. En zonas rurales, donde la capacidad institucional suele ser limitada, estos planes permiten visibilizar prioridades locales y alinear esfuerzos en torno a objetivos estratégicos definidos desde el propio territorio.

Imaginemos un distrito con un valioso patrimonio cultural y natural. Un PDC participativo podría promover una estrategia de desarrollo turístico que conserve su identidad y, al mismo tiempo, genere ingresos sostenibles. Esta mirada no solo es posible, sino urgente.

Gobernanza sostenible: del discurso a la práctica

La gobernanza sostenible no es un eslogan. Es una forma de gestionar el desarrollo que equilibra lo social, lo ambiental y lo económico, promoviendo decisiones inclusivas, transparentes y orientadas al bienestar común. Los PDC permiten materializar este enfoque, conectando la planificación territorial con la Visión del Perú al 2050 y otras políticas públicas.

Más aún, son instrumentos que pueden impulsar un desarrollo económico inclusivo con enfoque ecosistémico. Esto implica reconocer el valor de los recursos naturales, de los servicios ecosistémicos que proveen —como la regulación del clima, el agua o la fertilidad del suelo— y gestionar su uso de forma responsable. Un plan territorial bien implementado fomenta prácticas productivas sostenibles, diversificación económica y empleos verdes, fortaleciendo la resiliencia ante eventos climáticos extremos.

Planificar para resistir, adaptar y transformar

Frente al cambio climático, planificar no es solo anticipar. Es también resistir, adaptar y transformar.

Resistir supone dotar a los territorios de capacidades básicas para soportar eventos extremos sin colapsar. Esto incluye invertir en infraestructura resiliente, garantizar servicios públicos capaces de operar en condiciones adversas y fortalecer la organización comunitaria. El Banco Interamericano de Desarrollo señala que “la infraestructura resiliente no solo reduce pérdidas humanas y económicas, sino que es una condición para el desarrollo sostenible” (BID, 2023).

Adaptar contempla reconfigurar las dinámicas locales para convivir con nuevas condiciones climáticas. Esto implica rediseñar prácticas agrícolas, urbanas y económicas bajo un enfoque sostenible. Según la FAO, “las buenas prácticas agropecuarias son fundamentales para adaptar los sistemas productivos a los impactos del cambio climático, promoviendo al mismo tiempo sostenibilidad y seguridad alimentaria” (FAO-Euroclima, 2021).

Transformar es cuestionar los modelos de desarrollo que nos han hecho vulnerables y construir nuevas formas de habitar el territorio, con justicia climática y equidad social como principios rectores. El Equality Fund sugiere que “la transformación requiere recuperar saberes ancestrales y redirigir el desarrollo desde el cuidado de los ecosistemas y los cuerpos” (Equality Fund, 2021)

En esa línea, fortalecer los planes de desarrollo territorial significa apostar por una organización social más democrática, participativa y sostenible. En última instancia, empoderar a las comunidades para que asuman un rol activo en la construcción de su futuro.

Hoy más que nunca, necesitamos territorios con capacidad de adaptarse sin renunciar a sus sueños. Y para lograrlo, debemos planificar con los pies en la tierra, la mirada en el horizonte y el oído afinado al ritmo del clima.

Climate change: the economic risk exposing our blind spot

Climate change isn’t just an environmental issue, it’s an accelerating economic risk. One of the most overlooked factors that magnifies its impact is how we plan.

The effects of climate change aren’t distant or abstract—they’re already reshaping how we live, work, and plan. Heatwaves don’t just shift weather—they disrupt forecasts, stretch budgets, and unsettle development models. Just look at Lima: in April, temperatures reached 26.3°C, well above the 30-year average of 25°C during the day and 17°C at night, according to Weather2Travel. This isn’t an isolated case it’s part of a global trend that challenges traditional planning models and demands locally grounded, adaptive responses.

That’s why we need to rethink our relationship with territory and especially on how we plan for the future. Planning can’t remain a technical exercise disconnected from climate, social, and economic realities. We need a vision that brings together environmental value, economic logic, and social equity. This is where Concerted development plans -CDP (Peru’s participatory local/regional planning tools) come in.

CDPs: bridging inclusive growth and local adaptation

When designed with sustainable governance in mind, CDPs are powerful tools for tackling climate challenges through smart, place-based strategies. They’re more than documents, they’re living processes, shaped through participation, that help each district—especially rural ones—define a shared development vision and set clear priorities.

Strong CDPs begin with dialogue. They bring together local leaders, citizens, civil society, businesses, international partners, and more. This multi-stakeholder approach builds legitimacy and ensures local ownership—critical for turning plans into action. In rural areas with limited institutional capacity, this plans help surface local priorities and align efforts toward shared goals defined by the territory itself.

Imagine a district with rich natural and cultural heritage. A participatory CDP could foster sustainable tourism that celebrates local identity while creating income and jobs. This isn’t just posible, it’s necessary.

From discourse to action: what sustainable governance looks like

Sustainable governance isn’t a buzzword—it’s a commitment to managing development in ways that balance people, planet, and prosperity. It means making decisions that are inclusive, transparent, and focused on long-term wellbeing. PDPs bring this to life by connecting local planning with Peru’s Vision 2050 and broader national policies.

They can also drive inclusive, ecosystem-based economic growth—recognizing the true value of natural resources and the services they provide: climate regulation, water, fertile soil. A solid territorial plan promotes sustainable production, economic diversification, green jobs—and, crucially, resilience to extreme weather events.

Planning to resist, adapt, and transform

In the face of climate change, planning isn’t only about prediction. It’s about resistance, adaptation, and transformation.

To resist means building basic capacity to withstand shocks—like resilient infrastructure, public services that function under stress, and strong community networks. The Inter-American Development Bank says it best: “Resilient infrastructure not only reduces human and economic losses—it’s a condition for sustainable development” (IDB, 2023).

To adapt is to reshape local systems to function under new climate conditions—rethinking agriculture, urban life, and economies with sustainability at the core. The FAO emphasizes that “climate-smart farming practices are key to adapting productive systems while promoting sustainability and food security” (FAO-Euroclima, 2021).

To transform means reimagining the very development models that made us vulnerable in the first place—building new ways of living that are rooted in climate justice and social equity. The Equality Fund puts it powerfully: “Transformation means reclaiming ancestral knowledge and reorienting development toward care—of ecosystems and bodies” (Equality Fund, 2021).

Strengthening local development planning is, at its heart, a commitment to a more democratic, inclusive, and sustainable society. It’s about giving communities the tools—and the power—to shape their own futures.

Now more than ever, we need territories that can adapt without giving up on their dreams. And to make that happen, we must plan with our feet grounded, eyes forward, and ears tuned to the rhythm of the climate.

Eco. Isabel Uriona Díaz. Especialista en planificación para el desarrollo sostenible

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